Soledad Velez en La Caja Negra, Sevilla

Soledad Velez

Concierto en La Caja Negra
Sábado 9 de Marzo de 2013

Nacida en Concepción (Chile) en 1988. A los 13 años, influida por el ambiente musical de su casa, comienza a cantar sobre los discos de jazz y blues de su padre mientras los escucha. De esta manera se convierten en una de sus mayores influencias. Al mismo tiempo comienza a tocar la guitarra. Con 17 años monta un grupo de rock con su hermana mayor pero sus diferencias de criterio provocan la disolución del mismo al poco tiempo. Comienza sus estudios de arquitectura pero decide dejarlos porque no le dejan tiempo para hacer lo que más desea, componer canciones. Opta por cambiar su
residencia e irse a probar fortuna a Argentina pero poco antes de irse, convencida por un amigo músico español, acaba prefiriendo venirse a España, concretamente a Valencia.

Sí, es una mujer haciendo folk, pero déjense de estrecheces auditivas. Soledad Vélez no hace música dulce ni amable. Es como una versión vaginal de David Eugene Edwards a la chilena, una PJ Harvey campestre que vuelve a sentir sus entrañas temblar, la amante que Nick Cave siempre deseó para abandonar el mundo en su compañía. Sus letras no se alargan más allá de unas cuantas líneas que se repiten como un exorcismo con el corazón en la mano. No hace falta, lo que quiere decir no está tanto en sus palabras, sino en como las pronuncia. Soledad Vélez no canta, aúlla. Porque a quien no le sale la vena cánida cuando la oye en “Hug Me” gritar “Just hug me baby, can be, I'm falling in this highway”, es porque se ha convertido en víctima con la sangre helada. Porque los espíritus de Nina Simone y Diamanda Galás se dan la mano para elevar la emoción que brota de su garganta bajo los guitarrazos pantanosos de su fiel escudero Jesús de Santos (antiguamente en Polar, y actualmente también en Sancristóbal) en “Unhappy With Crown”.
Y cuidado, porque cuando parece que está tranquila, que las aguas se apaciguan, como en “Birds”, en el fondo está rezando por un último suspiro reposado, en un siniestro pero sobrio akelarre. Deja el espacio justo de luz en “Don't worry, babe” y su maravilloso estribillo y sus coros brillantes como un rayo de sol que se cuela en una vieja cabaña de madera, entre los resquicios que la carcoma ha dejado. Pero después viene el canto desolado, misterioso, como
el Lynch de “Carretera Perdida”, crea círculos emocionales indefinibles en “It Wasn't Me” y vuelve la incomodidad, el desasosiego. La suciedad de “Johnnie” es un canto a la crudeza que
adorarían Gallon Drunk, mientras que la final, y que de paso da título al disco, “Wild Fishing” parece un homenaje psicodélico a Robert Johnson para cerrar un disco que ha contado con la colaboración especial de Javier Marcos a la batería y Carlos Soler Otte a los mandos.
Todos los que oigan sus composiciones sabrán que esa manera de obtener belleza de lo oscuro, de emanar semejante carga hipnótica desde una desnudez casi absoluta, de transmitir sensaciones
tan turbulentas, es porque quien lo protagoniza conoce lo instintivo y animal de la naturaleza humana, y sabe extraer ese morboso y hermoso atractivo de lo más oscuro del ser humano.

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